Entre las sombras de la noche, con mucho sigilo encaminas tus pasos al rumor del oleaje, mientras tu cabeza alerta está pendiente de no dar un mal paso y terminar con la misión que te has propuesto.

Empieza a haber claridad, pero insuficiente, llevas una carga pesada pero necesaria. No sabes qué necesitarás, o tal vez sí, porque no es la primera vez que con delicadeza y furtivamente te escapas del lecho para no ser escuchado, para convertirte en parte de la sombra a la que abrazas hasta el último momento. Momento en el que das caza al astro cuando tímidamente se desliza por la esfera celeste.

Quedan aún unos minutos pero te impacientas, calculas con precisión cual será el recorrido por donde sorprenderá a la noche alumbrando la esperanza, el trabajo de otros seres diurnos que precisan de sus caricias cálidas para descomponer su alimento, para comenzar un nuevo ciclo que iluminará en verde el paisaje y los ojos de quien admiran los colores como si fuera la primera vez.

Ya te has posicionado, ubicado con precisión de cirujano qué elementos se encargarán de componer una instantánea que miles de ojos después escrutarán como cuchillos afilados o jirones de seda.

Un tambor cercano con frecuencia acelerada se desboca y repasas todos los datos una vez más, pues el lucero no espera, deslizándose armoniosamente a la fuga y perdiendo la calidez para ganar en calor.

Un vidrio opaco, otro con degradado, será demasiado, tal vez no… Asoma por fin y te la juegas pulsando calculando el tiempo preciso y repetidamente hasta que la magia aparece en la pequeña ventana, pero sin la certeza de si la precisión exigida habrá recogido el momento tal y como estaba en tu cabeza.